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Cada vez que la Real Academia de la Lengua Española presenta una versión actualizada de su diccionario, la polémica está servida. Existen voces a favor del cambio otras que apoyan la supresión de las palabras que han caído en el desuso y algunas que están deseosas de ver cómo neologismos y vulgarismos se incorporan a la biblia de las palabras.
Tanto las incorporaciones como las omisiones en el diccionario siempre suscitan un gran debate. El hecho de que un hacker sea considerado como un “pirata informático” ha hecho saltar las teclas de cientos de ordenadores, ya que al parecer no todos los hackers son piratas, y no todos los que son piratas son malos. La quinta acepción de gitano tampoco se ha salvado de críticas, y es que como sinónimo usa el de trapacero y la raza gitana se ha sentido insultada. Otro colectivo que se ha sentido menospreciado ha sido el de los autistas y su círculo cercano, que insisten en que ser autista no se padece ya que no es una enfermedad, sino una condición.
Pero han sido las omisiones las más comentadas entre los usuarios de la lengua, como la eliminación de la coletilla “débil y endeble” de la palabra femenino, y “varonil y enérgico” de masculino. La RAE hace un ejercicio de igualdad de género que intenta ser ejemplificante.
Si quieres insultar a alguien, ya no podrás llamarle gallego, y si alguien es huérfano no pensaremos inmediatamente que no tiene padre, sino que sabremos que le falta uno de sus progenitores pero no cuál.
Pero aunque las omisiones sean demasiadas para algunos, para otros aún quedan asuntos pendientes que quieren que sean eliminados en la siguiente edición: judiada como mala pasada y sudaca se mantiene que se trata de un término despectivo.
¿Qué hay de esas palabras de las que desconocemos su significado no por antiguas sino por tremendamente modernas? Algunos tendrán que acudir corriendo al diccionario para seguir la conversación, con palabras admitidas como pepero, tuitear, intranet, amigovio, cagaprisas o gorrillas.